Capítulo
4
Viajaban
a Tarragona en dos partes: en primer lugar, desde Santander a Bilbao en el ferrocarril
de vía estrecha (FEVE); y, en segundo lugar, de Bilbao a Barcelona en el de vía
ancha (RENFE).
A
Bilbao el tren salía a primera hora de la mañana y, como paraba en las
estaciones de todos los pueblos, cuando llegaban a Bilbao era al mediodía. Como
el de Barcelona no salía hasta última hora de la tarde, dejaban el equipaje en
consigna y salían en busca de un bar donde comer. El resto de la tarde la
pasaban visitando Bilbao hasta que llegaba la hora de ir a la otra estación.
Hasta
Barcelona viajaban por la noche, pero ellos se quedaban en Tarragona, unas
estaciones antes del final del trayecto y llegaban a primera hora de la mañana.
Los
vagones del Expreso tenían compartimentos con ocho asientos enfrentados cuatro
a cuatro, a los cuales se accedía desde un pasillo a lo largo de cada vagón quedando
a una mano las ventanas y a la otra mano,
las puertas de acceso a los compartimentos.
Viajaba
toda la familia al completo generalmente, incluida la abuela, pero había veces
que solamente iban mi padre, su hermana, su madre y su abuela, ya que mi abuelo
había tenido que irse antes debido al trabajo y ellos siempre aprovechaban
hasta los últimos días de verano para irse de su querida Santander.
Como
niños que eran, se entretenían las primeras horas de viaje saliendo por los
pasillos y mirando por la ventana, lugar muy concurrido en aquella época, ya
que los hombres salían a fumar, cosa impensable hoy en día con la prohibición
de fumar en cualquier espacio cerrado. No hace mucho tiempo -me cuenta mi
padre- que los médicos pasaban consulta con el cigarrillo en la boca.
Una
vez que llegaba la hora de cenar, mi abuela sacaba las tarteras que llevaba ya
preparadas desde Santander y daban buena cuenta de ello, para terminar
recostándose entre ellos a dormir en la medida que el espacio les permitía. Si
tenían la suerte de que no había nadie en los asientos restantes los niños se
podían tumbar.
El
tiempo transcurre en Tarragona durante los años que permanecen allí más o menos
con las mismas rutinas. Siguen acudiendo al cine, afición de mis abuelos desde
jóvenes y que inculcan a su
hijos y que, a su vez, a mi hermano y a mí nos ha inculcado mi padre.
Tienen como vecinos a un compañero de mi
abuelo, Santiago, al que conoció cuando entraron en el ejército y con el que, después de idas y venidas, vuelve a coincidir
en el mismo destino. Este señor tiene 2 hijos igualmente, chico y chica, y llegan
a ser como familia a lo largo de los años. Mi abuela y su mujer, Dora, se hacen
grandes amigas y conviven a diario, pasean con los niños, hacen excursiones y
van a la playa cuando llega la época de primavera-verano.
Mi
tía va creciendo y también comienza al colegio en la Academia Santo Tomás, la
cual hace unos pocos años todavía existía, ya que en un viaje que realizó ella
con sus hijas a Port Aventura visitó Tarragona y casualmente fue a dar con
ella. Aunque salió de allí con 7 años, en cuanto vio la plaza de abastos supo
que enfrente estaba su academia.
Es
en esos años cuando mi abuelo comienza a tener una segunda ocupación, al ser
músico, es contratado por la Orquesta del Hotel Imperial Tarraco, el más importante
de entonces. De esta manera tiene el privilegio de haber tocado con los mejores
cantantes de la época. En esta orquesta toca el saxofón, pero en la banda
militar su instrumento es el clarinete. En realidad dominaba 3 instrumentos,
los anteriores y el violín, que tocaba en su casa todos los días, e incluso
tenía alumnos a los que impartía clase, ya en su época de jubilado en
Santander.
El Hotel Imperial Tarraco abrió sus puertas en 1963. Tiene seis alturas y 170 habitaciones. Abajo, foto de la vista desde una habitación del hotel donde se puede contemplar el Circo Romano, una de las muchas ruinas romanas que hay por la ciudad.
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debían de ser unos viajes en tren muy bonitos. Sigue asi me gustan mucho tus relatos.
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